lunes, 1 de junio de 2009

Arbol caído en el cumplimiento de su deber...

La semana pasada, a raiz de las lluvias intensas, el oyamel (Abies religiosa) más grande de nuestro Pinetum cayó.

Técnicamente diríamos que fue afortunado que no hubiera causado mayores daños, botánicamente podemos preguntarnos si es conveniente mantener a estas especies de climas y suelos diferentes a los nuestros.

Y humanamente, aunque el caído se trata de un oyamel
y no de un olmo, vale la pena recordar el siguiente poema de Antonio Machado, escrito hacia 1912.

A UN OLMO SECO

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

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