jueves, 24 de septiembre de 2009

Estampa de otoño (un texto de Armida de la Vara)


Por toda la casa se esparce un olor agridulce a membrillo, a orejones de calabacita y pera, a pasta de higo y a ejotes pasados por agua que, ensartados, forman largos collares verdes que cuelgan de los alambres puestos al sol para que se oreen. El día ha sido ajetreado; hay que aprovechar fruta y verdura para conservarla, por eso a casa desde muy temprano han estado llegando algunas mujeres invitadas con ese propósito.

Son estos últimos días de septiembre como un puente entre el calor sofocante y las primeras rachas de aire frío. El curso escolar empieza y hay una angustia agazapada, un temor anticipado de dejar la casa. Todo toma en este mes un aire de separación que nos hace andar con el corazón en un puño. Mi madre pasa muchas horas a la máquina bordando iniciales en la ropa interior, renovando los forros de las almohadas de pluma, que formó leves copos en las esquinas de la habitación y debajo de los muebles, pues el viento del norte empieza a soplar por la tarde y no deja cosa en su sitio.

Hay que prepararse bien para este cambio de estación, pues al mediodía el sol calienta demasiado, pero el aire enfría cada vez más y hay un desequilibrio térmico que propicia tantas enfermedades.

El campo está ahora como palúdico; el polvo que levantan las ruedas del carro se deposita sobre las hojas de las vinoramas y palofierros cercanos al camino, y los chiltepines buscan la protección de los árboles más grandes mientras llegan las brigadas que han de despojarlo de su fruto pequeño, verde y picante como lumbre. Unos días más y en estos lugares se habrá vaciado la cuarta parte del pueblo ocupado en la recolección del famoso chiltepín, que ya envasado o suelto tiene gran demanda en el mercado. Durante esos días no habrá clases en la escuela del pueblo, pues los niños han resultado magníficos recolectores de chiltepín, con cuya venta habrá bastante para ir a hacer la visita anual a San Francisco Javier, en Magdalena, fiesta que se celebra el cuatro de octubre, día de San Francisco de Asís.

Un poco más adelante la pequeña laguna del Represo nos hace guiños, mientras que el saúz, a la orilla del agua levanta su verde arquitectura. Medio kilómetro escaso más allá, La Sauceda se acomoda entre mogotes chaparros. Luego el desierto comienza a insinuarse; remolinos de polvo que el viento levantó implacable; plantas pequeñas de raíces adventicias que, arrastradas por la racha fría, van envolviéndose hasta formar pelotas de ramas que pasan rodando, juguetes del viento; aislados ocotillos espinosos todavía con su manchita de flores rojas en la punta, y las "cabezas de viejo", peludas y polvorientas.

Después la soledad, la arena medio rojiza y suelta y un gran silencio, como en las primeras edades de la creación, el espacio infinito, y encima, cubriéndolo todo, el cielo azul añil, inmaculado de nubes.


(Pinturas de José María Velasco, tomadas de la internet)

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Una historia contada por Victoria Vovides

Albores del Jardín Botánico Clavijero.

Al inaugurarse en 1977 el Jardín Botánico Francisco Xavier Clavijero fue necesario promoverlo no sólo entre la población Xalapeña, sino en todo el Estado. Para difundir sus beneficios comenzamos con la población infantil. Una promoción directamente entre los alumnos no parecía la mejor opción, así que nos acercamos a los maestros para que descubrieran las ventajas del jardín como una valiosa herramienta de apoyo a la enseñanza.

Para ello el Dr. Arturo Gómez-Pompa, fundador del INIREB (Instituto Nacional de Investigación sobre Recursos Bióticos), la institución donde nació el jardín, le pidió ayuda al entonces Director de la DGEP (Dirección General de Educación Pública), Profesor Francisco Zúñiga Martínez, quien de inmediato buscó los medios de apoyar este proyecto. De esta manera me integré al INIREB, a través de la DGEP, donde a través de interinatos ocasionales desarrollé mi trabajo como promotora del jardín botánico en las escuelas de Xalapa, fungiendo además como guía en las visitas de alumnos.

La experiencia fue muy interesante por las respuestas tan variadas del magisterio. Por un lado, los maestros de secundaria y preparatoria recibieron la noticia con entusiasmo y en breve programaron visitas que guié valiéndome de haber sido testigo del nacimiento y desarrollo inicial del jardín, de las primeras guías impresas que se elaboraron y de los recorridos que el Dr. Andrew (Andrés) Vovides diseñaba para visitantes especiales del INIREB.

Apatía...
Los maestros de primaria, por el contrario, recibieron la invitación a participar con gran apatía. Presa de la frustración me entrevisté con el Profesor Guillermo Pelayo, el entonces inspector escolar, quien al enterarse de la situación citó a una asamblea general de maestros en el auditorio de la escuela primaria “Rébsamen”. Me presentó ante ellos y les explicó por qué los había convocado; cerró las puertas del auditorio y les prohibió salir antes de que yo terminara de hablar.

Este primer intento de comunicación fue un fracaso: En el momento en que el inspector escolar salió del salón e inicié yo mi explicación, una maestra de las de mayor edad y sentada en primera fila cruzó los brazos y cerró los ojos, intentando dormir. Los demás me escucharon con indiferencia. Desconcertada, describí a duras penas mi argumento, enfatizando las bondades del flamante Jardín Botánico Clavijero.

Afortunadamente, al final de la sesión se acercó un pequeño grupo de maestras que hicieron preguntas sobre le jardín, sobre sus plantas en peligro de extinción y sobre otras plantas que ella conocían, ignorando sin embargo su origen y mecanismo de propagación. Hasta la fecha les vivo agradecida por su interés y su iniciativa.

De concierto...
Paralelamente y en colaboración con el Departamento de Difusión de la Universidad Veracruzana, el INIREB se preparaba para ofrecer conciertos en el Jardín Botánico Clavijero. Entre los primeros conciertos programados estuvo uno de la orquesta de cámara que conducía el maestro Rino Brunello, quien decidió inspeccionar las instalaciones y el terreno en que sus músicos iban a tocar. Andrés Vovides le mostró la explanada y el prado central del jardín y el maestro Brunello exclamó escandalizado, “¡Cómo! ¿A pleno sol? Los instrumentos se van a arruinar. ¿Qué creen que somos? ¿mariachis?”. El concierto ya estaba programado y con gran ansiedad el Dr. Vovides acudió a su colega, el Dr. Ramón Echenique, quien estaba en el proceso de transformar el edificio de la entrada (originalmente la bodega del Rancho Guadalupe), en las oficinas y laboratorios del LACITEMA (Laboratorio de Ciencia y Tecnología de la madera). Al enterarse del problema ofreció el primer piso del laboratorio en ciernes.

El maestro Brunello volvió a la carga : “¡Cómo! ¿Quieren que los músicos suban por los andamios? ¿Y, qué va a pasar con las señoritas que vienen con sus tacones altos? Pueden caerse, lastimarse”, exclamó cuando vio las rampas de albañil que conducían al primer piso. Finalmente lograron convencerlo y el concierto se llevó a cabo en el espacio del primer piso que se le había ofrecido.

Tiempo después la señora Gigi de France, Directora de Difusión Cultural de la Universidad Veracruzana, organizó a petición del INIREB una serie de conciertos de música clásica y folklórica. El primer grupo de conciertos, titulado “Cultura y Naturaleza”, incluyó al Ensamble Dufrane, el grupo de Jazz Orbis Tertius, y Tlen- Huicani en sus diversos formatos musicales: Maderas del Sur, Vocalistas, Ballet Folklórico y Violines de la Huasteca. Los conciertos resultaron un éxito y la Universidad Veracruzana continuó colaborando generosamente con la difusión del jardín botánico.

Gracias a aquellos conciertos y a las primeras visitas escolares fue adquiriendo una buena reputación el Jardín Botánico Clavijero. Llegaron de visita contingentes de escuelas de todo el estado y a continuación grupos de Puebla, Tabasco y otras entidades del país. Los biólogos del INIREB eventualmente se hicieron cargo de las visitas y recorridos y yo me convertí en observadora y visitante asidua.

Retorné semioficialmente al jardín botánico muchos años después, cuando pasó a formar parte del Instituto de Ecología, A. C. (INECOL), y de nuevo el Dr. Andrés Vovides se hizo cargo de su dirección y resurrección (tras un abandono casi total de varios meses), contando para ello con un bajísimo presupuesto. Yo colaboré en la tienda del jardín para generar fondos. Estaba en ese momento entusiasmada con el sistema de voluntarios que vi funcionar en el Jardín Botánico de Fairchild, en Miami. Incluía una coordinadora y un grupo de voluntarios, quienes realizaban gran parte de las labores requeridas. Los voluntarios eran personas adineradas y realizaban sus tareas con el gusto y la convicción de un enamorado de aquellas plantas y de aquel sitio. En Xalapa este esquema no funcionó, pues aunque había muchos enamorados del jardín, no disponían de tiempo suficiente para colaborar en sus tareas de manera efectiva.

Un tanto desalentada comencé a impartir cursos vespertinos para los hijos de investigadores del INECOL, de donde nació la idea de ofrecer cursos de verano abiertos a todo el mundo. En un principio las actividades se centraron en la creatividad, a través de dibujos, pinturas, figuras de papel maché y batikes, en un auditorio donde los niños trabajaban rodeados por el jardín botánico. Una quinta parte del tiempo se le dedicó a la horticultura y a recorridos de observación y aprendizaje. Logré la colaboración de algunos de los investigadores del INECOL para que conversaran con los niños sobre diversos temas.

Asistí posteriormente a los cursos de verano del Jardín Botánico de la Universidad Nacional Autónoma de México y conocí el bellísimo programa que llevan a cabo biólogos especializados de esa institución; esto me ayudó a identificar las carencias del nuestro jardín para cumplir cabalmente su propósito original.

Más adelante se incorporó Maité Lascuráin al proyecto del jardín botánico, al frente de un programa de difusión del que se derivaron muchas otras actividades, con presupuesto y apoyo de la dirección del INECOL. Posteriormente se le nombró Coordinadora del Jardín Botánico y entre sus primeras actividades de difusión el quinteto de alientos de Xalapa ofreció un concierto navideño. La noche del concierto (noche de luna llena), Maité formó un sendero de velas encendidas en bolsas de arena; el espacio de los intérpretes también estaba bordeado con velas. Mientras los músicos interpretaban el programa, unas nubes ligeras cubrían y descubrían la luna.

El momento era mágico y para hacerlo inolvidable un búho empezó a cantar.

lunes, 21 de septiembre de 2009

En el Jardín Botánico del IB-UNAM ocurre algo maravilloso...

Acabamos de visitar a nuestros amigos del Jardín Botánico del Instituto de Biología de la UNAM, en la ciudad de México, donde tuvimos la oportunidad de observar uno de esos fenómenos poco conocidos de la naturaleza, o mejor dicho, de la naturaleza mexicana... Se trata de la floración de una planta de la familia de los agaves, conocida como "maguey de pescadillo", cuyo nombre científico es Furcraea macdougallii. La floración de esta planta ocurre sólo una vez en su vida, pues después muere... Nos platicaron que el ejemplar que observamos fue incoporado a la colección en 1962, es decir, floreció a sus 47 años en el Jardín.



Ahora la planta producirá alrededor de 10,000 flores y junto a ellas, saldrán pequeñas plantitas conocidas como bulbilos, lo cual le permitirá dejar descendencia.



Durante su vida la planta almacenó el agua y los nutrientes necesarios para madurar, pero ahora que ha florecido producirá durante 6 meses aproximadamente miles de bulbilos, los cuales caerán al suelo y crecerán durante muchos años y si sobreviven florecerán nuevamente en cuatro a seis décadas.



Está en peligro de extinción...

Las áreas donde crecía fueron taladas para la introducción de cultivos de maguey mezcalero y para la introducción de ganado, esto hace que la Furcraea macdougallii ya no se encuentre silvestre en lo que alguna vez fue su área de distribución natural en el istmo de Tehuantepec, por lo tanto biológicamente se encuentra extinta.